Texto Artista
Sueño velado 2009 / Sección Arte Contemporáneo chileno, curada por el español Fernando Castro Flores para la Trienal de Chile.
El guión curatorial de Fernando estaba basado en el texto el Terremoto de Chile del escritor romántico alemán Von Kleist, entonces nos fue entregado ese texto.
Al leerlo, lo que se me vino a la cabeza fue una escena de mi niñez, dos camas separadas por un velador, mi madre hincada en ese pequeño espacio, y mi hermana y yo hincadas en la cama rezando —supongo— el padre nuestro. De pronto todo empieza a moverse, cada vez más fuerte y mi madre nos hace bajar de la cama y estirarnos a su lado. Lo que sucedió ahí fue que todos los libros que estaban en el velador –esos que se amontonan para ser leídos antes de dormir– se me cayeron en la cabeza. Eso fue lo que recordé al comenzar a leer el texto de Von Kleist. Y al recordar eso, se me vino otra imagen a la cabeza. En abril de 2003 –después de una larga y dolorosa enfermedad —fibrosis pulmonar– murió mi madre en Santiago de Chile. Ella tenía una segunda casa al borde del lago riñihue, era la casa que más quería al final de su vida, estuvo ahí durante todo ese verano del 2003 y regreso a Santiago para morir 7días después.
Entonces, volviendo a la construcción de la obra Sueño Velado, 5 meses más tarde, volví a esa casa del lago, al entrar a su pieza, estaba la cama y su plumón con esa hendidura que dejan los cuerpos cuando se levantan, como cuando las personas se sientan en los sillones de plumas que han sido ordenados en el aseo.
Ahí estaba el plumón con la huella del peso del cuerpo. Sobre el velador —su velador— un klenex usado, una pequeña caja de galletas con un resto de queque — el que le dejaban cada noche, dos libros, una libreta de apuntes.
Lo inquietante de esa imagen es que mi madre podría haber salido de esa pieza hace un segundo. Por los libros y lo escrito en esa libreta, yo o cualquier extraño podría haber reconstruido su historia, la historia de ese cuerpo que ya no está ahí para el otro.
Entonces pensé en que hacer con esa imagen y con esa lentitud que nos envuelve el arte. Pensé en como serían los veladores de los detenidos desaparecidos de Chile, pensé en acotar esa búsqueda a las mujeres detenidas desaparecidas de Chile, después a las mujeres detenidas desaparecidas de Santiago y me pasé unos años pensando en como hacer ese trabajo sin encontrar como resolverlo.
Entonces años más tarde, 6 años más tarde y por el cruce de esos recuerdos difusos y confusos convocados, esta vez, por esta lectura de Von Kleist. Terremoto / velador / madre / cuerpo / historia, es que puedo imaginar Sueño Velado.
Velar
tr. Hacer centinela o guardia por la noche
tr. Asistir de noche a un enfermo
tr. Pasar la noche al cuidado de un difunto
tr. Observar atentamente algo
Primer velador riñihue
Los veladores son los muebles menos editados de un a casa, todo mueble u objeto que ponemos en el baño, el living, la cocina, el comedor está ahí para otro, ese otro que lo mirará y podrá imaginarse mil historias, los objetos, colores y texturas dan cuenta de un imaginario. Finalmente están puestos ahí, en lo publico de lo privado.
Nos preocupamos de presentarlos/presentarnos en una cierta estética que nos constituye cultural e ideológicamente.
Pero el velador que está al lado de la cama es el mueble/objeto que recibe todos los gestos más íntimos de nuestro cuerpo, NO está ahí para otro, es solo nuestro, con nuestros objetos, esos que se dejan sin ningún orden, o con muchos ordenes, como ese velador de mi madre muerta que me devolvió por un instante un soplo de su vida, lo que leía, lo que comía, lo que escribía.
Velador de velar / develar, Descubrir, poner de manifiesto
La obra Sueño Velado consiste en el emplazamiento en damero de 45 veladores singulares —nuevos, viejos, finos, comunes, buscados entre los amigos y los amigos de los amigos, son todos prestados— todos ellos provenientes de la ciudad de Santiago y sus alrededores. Cada uno de ellos con los objetos propios. Sobre cada uno de estos muebles, pertenecientes al ámbito más privado del alhajamiento del hogar, está la lámpara de noche con su ampolleta encendida. Estos 45 diferentes muebles de dormitorio, que han velado el sueño de sus propietarios, estaban dispuestos en un espacio el que la iluminación provenía exclusivamente de sus lámparas de noche.
A cada una de las personas que me prestó su velador le entregué un cubo gris —con una frase impresa EL QUE SUEÑA PUEDE MAS QUE EL QUE NO SUEÑA— y una lámpara. A todos lo mismo, entonces, durante 2 meses, 45 personas incluida yo, tuvimos un mismo velador que se fue cargando de historia durante dos meses.
Sobre los veladores están los distintos objetos, esos que las personas que se disponen a dormir, habitualmente acercan a la cama, como, por ejemplo, ceniceros, radios encendidas (cooperativa y bio bio que son las que escuchaban sus dueños cada mañana), relojes cuyas alarmas sonaban cada mañana, libros, fotografías, remedios, vaso o botellas de agua, aparatos de control remoto o trabajos domésticos a medio terminar. Se transforman así en 45 retratos velados de sus propios dueños. Curiosamente, al ver la obra instalada, la escena ya no era el instante posterior al terremoto, más se trasformó en el instante previo al desastre, había ahí una contención, ese ruido sordo que lo llena todo antes del horror, como el aullido de los lobos en esa impactante escena de la película el Dr. Zhivago.
Después del terremoto, de cualquier terremoto, los de tierra, los políticos, los familiares, los amorosos, lo que siempre queda visible o rescatable en la habitación, es el velador —la mesa de luz— que logra contener, en el tiempo posterior a la partida de los cuerpos, pistas de la última conversación, de la última espera, del último soplo. Pareciera ser un objeto que convoca las claves de reparación y reconstrucción —de tanto mirarlo y usarlo—, de los secretos más velados o de las historias más renuentes del recuerdo.