Texto Artista
PROYECTO BEIRUT
Durante los últimos años he realizado varios trabajos —Historia de Cenizas (1998), El Mercado Negro del Jabón (1999), Correspondencias de Mayo (2001), — que interpelan ciertos relatos, algunos históricos, otros de ficción, que provienen de una tradición autobiográfica de desarraigo, tragedias mayores como la guerra y el exilio, centrados en lo que podría denominar “inestabilidad histórica”. He intentado hacer de ello, con el imaginario que supone, un correlato con los procedimientos artísticos, sobre todo con las materialidades inestables de los soportes y con el uso traslativo de prácticas, generalmente femeninas, provenientes del ámbito doméstico. Mis referencias provienen de la búsqueda, del rescate y fijación forzosa de relatos orales apenas audibles, de manualidades hogareñas pérdidas, de historias tan heroicas como privadas que fraguaron el momento de la imaginación —cuyo destino más probable es el de ser olvidadas—, de algunos documentos de archivo, de la búsqueda y recopilación de frases famosas que me indiquen un sentido verosímil de la dimensión personal. Las fotografías, documentos y objetos atesorados por mis ancestros, que fueron acarreados y desplazados por fronteras hasta llegar casualmente a Chile, me permiten entretejer una memoria y reconstruir o invencionar una historia posible como asimismo, la posibilidad de tener una historia.
En este contexto aproximado de trabajo, recibo una lejana solicitud de colaboración artística, que toca sin embargo, todos estos ámbitos de interés personal, produciendo la misma energía narrativa y conectiva que producen historias y documentos de referencia más propios y cercanos. A través de la curadora chilena Natalia Arcos, la artista libanesa Marwa Arsanios me envía cuatro cortinas del Hotel Carlton de Beirut, con el encargo inespecífico de intervenirlas. Este envío, que ya había pasado por las manos de un artista ateniense, fue recibido por mí en un inicio como presente griego. Venía acompañado de un relato escrito y un video que registra el momento en que Marwa Arsanios descuelga estas cortinas, acto de recolección y apropiación que para ella significa una reparación —según relata— de la historia de su propia niñez en Beirut, intervenida ferozmente por 15 años de guerra civil. En el video se ven además, imágenes del Mar Mediterráneo golpeando con sus olas un contrafuerte en las cercanías del otrora lujoso hotel, construido en los años 50 y que fungió como signo de cierta modernización frustrada de la ciudad a la que la alta burguesía llegó a denominar el Paris del Medio Oriente. Este hotel, lugar común de la “arquitectura moderna”, fue clausurado no sólo por la guerra civil sino principalmente por un asesinato pasional entre homosexuales.
De todas esas historias, difíciles de imaginar y entender, que acompañan estos objetos textiles llegados desde otro planeta —recuerdo vagamente una escena de una película de Schlondorf en la que un caballo blanco galopa desbocado entre las ruinas humeantes de Beirut— me quedo a solas con las cortinas que acarrean, quiero suponer, todas esas historias, y con esas imágenes de las olas del Mediterráneo. Todo lo demás es irreductible, incluyendo el traslado kilométrico de este envío —Beirut, Atenas, Santiago—, traslado que yo misma prolongo hasta el Lago Riñihue, al sur de Chile.
Al borde de ese lago paradisíaco que esconde otra tragedia vinculada con el terremoto del año 60 en Chile, saqué de la caja donde venían, una a una, las cuatro cortinas y las hundí —a excepción de la ya intervenida en Atenas — por Michail Theodosiadis atrapadas con piedras en el agua dulce que las golpeaba suave y acompasadamente. Quedaron ahí en remojo durante 3 días, para que soltaran, por decirlo así, las historias que traían entretramadas. En el transcurso de este proceso, que fue registrado en video, y al que quise otorgarle el carácter de un ritual, reparé en que cada una de estas cortinas tenía por detrás un forro, un “falso”, totalmente destruido por el paso del tiempo.
Las saqué del agua y las extendí al sol. Las doblé una a una. Me propuse recuperar esas telas quemadas por el sol de Beirut fijando su estado de deterioro como si se tratara de tejidos arqueológicos, planchándolos y cosiendo sus bordes fractales desmembrados a una tela de sábana blanca, transformándose esos desechos en grandes mapas casi invisibles de una región ignota.
Un fractal natural es un elemento de la naturaleza que puede ser descrito mediante la geometría fractal. Las nubes, las montañas, el sistema circulatorio, las líneas costeras (iguales a los bordes de los forros de las cortinas) o los copos de nieve son fractales naturales. Esta representación es aproximada, pues las propiedades atribuidas a los objetos fractales ideales, como el detalle infinito, tienen límites en el mundo natural.
Nury González
Abril 2009, Santiago de Chile